La joven hace dos meses reside en Venezuela, tras un periplo de tres desplazamientos internos y otro a Ecuador.
Con una serenidad y entereza admirables, "Verónica" relata el "infierno" de amenazas, llamadas y hostigamientos que su familia ha vivido, en una entrevista con Efe en la sede de la Alta Comisaría de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) de Caracas.
Fueron las "autodefensas" las que mataron a su padre hace nueve años por causas que su hija todavía desconoce, asegura la joven.
"Él estaba en un seguimiento por los sembrados de coca. (Su padre y otras personas) estaban concienciando a la población para que no sembraran más eso (coca) y para que entraran en un plan de siembra de palmeras, para la producción de aceite", narra "Verónica".
La joven, que pidió ser identificada con un nombre ficticio por cuestiones de seguridad, explica cómo en esa época "muchas personas" de su pueblo, en las montañas colombianas, murieron a manos de presuntos paramilitares, los "mayores" productores de drogas en la zona, según señala.
"¿Pero qué culpa tiene uno de haber nacido en esa tierra y haberse criado allá, para tener que vivir y sufrir una violencia que uno mismo no ha ocasionado?", se pregunta con tristeza.
Como "Verónica", cerca de 3.000 personas huyen anualmente de Colombia a Venezuela por persecuciones y amenazas de distintos grupos armados y situaciones de extrema violencia generalizada, según la ACNUR.
Tras la muerte de su padre, la familia, cuya ocupación no fue revelada por la joven, que en aquel entonces desconocía las causas del asesinato del patriarca, puso una denuncia a la policía.
"Pensamos que el problema había terminado con la muerte de mi papá, pero lo que hizo fue empezar para nosotros", explica. A partir de ese momento, gente "sospechosa" rondaba la casa, donde recibían llamadas amenazantes y el miedo y la presión se apoderaron de sus dos hermanos y su madre, que empezaron a esconderse.
"Realmente uno no aguanta la presión de haber perdido a un familiar de esa forma y además vivir un infierno (...) fue impresionante la desestabilización que vivimos no solo emocional sino económicamente", agrega.
Su mamá fue la primera en irse del país y refugiarse en Venezuela, dejando a sus tres hijos menores de edad en Colombia.
"Verónica", la mayor, se hizo cargo de sus hermanos y juntos se mudaron a una ciudad colombiana, que no identificó, donde se sintieron "un poquito más tranquilos, pensando que todo iba a terminar", explica.
Allí, la joven se casó, tuvo dos bebés y hacía planes de futuro con su marido, con quien quería montar una empresa de publicidad. Cuando todo parecía haber quedado atrás, una llamada a su nueva casa volvió a desenterrar los fantasmas pasados.
Era un señor que se identificó como miembro de la Fiscalía y que le explicó que estaba estudiando la denuncia que su familia había puesto tiempo atrás. "Vino donde mi y se destapó.
Me amenazó, preguntándome donde estaba mi mamá porque necesitaba 'callarle la boca' y me dijo que sabía quien era mi familia y donde estaba", cuenta. Asustada por las nuevas amenazas, "Verónica" lo abandonó todo, su hogar, su marido, sus dos hijos y se fue a Ecuador.
"Cuando me tuve que separar de mis hijos, se me terminó la vida. Todo el tiempo yo lloraba", expresa con voz trémula. Allí estaba sola, no conocía a nadie, y la insistencia y sufrimiento de su madre la decidieron a desplazarse hace dos meses a Venezuela.
"Verónica" dice sentirse bien recibida en Venezuela, aunque recuerda que tuvo problemas para entrar que finalmente solventaron. "Ahora estamos intentado empezar otra vida, ya sin papá. No se pudo en Colombia pero ahorita lo estamos intentado aquí", dice esperanzada "Verónica", que estudia enfermería y sueña con llegar a ser doctora un día.
La distancia la ha ido "alejando" de su marido, cuya relación de pareja se ha roto, y su voz se quiebra al mencionar que su hijo menor, de dos años, "no la reconoce", pero ella es optimista. "Me encantaría unirme con mis hijos otra vez y ya no separarnos más", afirma.
Caracas, Venezuela
Via: El Tiempo / Efe
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